miércoles, 12 de junio de 2013

Hasta nunca Cuyagua


Semana Santa, sin plan, sin dinero, y con ganas de salir, no quedó de otra que ir a acampar, el plan más barato que puedes hacer si tienes un vehículo para transportarte. Playa en Semana Santa en sinónimo de bulla, gentío y desastre, pero pensamos que ir sólo los primeros días, cuando muchos siguen trabajando, no sería tan grave.
          Cuyagua solía ser una playa bonita y gigante, llena de millones de cocoteros. Al llegar nos dimos cuenta de que sólo quedaba un cuarto de las palmas que allí estaban y que la humanidad, o inhumanidad venezolana, estaba causando estragos en la costa. Al instalarnos nos conseguimos algunos amigos de la universidad, gente que estaba en el mismo plan que nosotros: bañarnos en el mar, dormir y comer pasta con atún.
          Los primeros dos días la pasamos bien, la gente tranquila, surfeando, jugando paleta, leyendo, cosas normales que se hacen en la playa, un poco de ruido por las noches por culpa de uno que otro personaje con complejo de Dj, pero por lo menos tenían la decencia de colocarse al final de la playa para no molestar tanto.
El miércoles santo cambió todo, tuvimos una mañana normal, pero a lo largo de la tarde llegó un desfile de vehículos como si se estuviera acabando el mundo y nos tuviésemos que ir todos obligatoriamente para allá. Desde camionetas dotadas con “todos los hierros” tipo expedición, pasando por carritos que se quedaban pegados en la entrada de la playa, hasta miles de motorizados que montaron a su familia entera en la parrillera para ir a acampar. La playa se convirtió en un desfile de chinchorros, mujeres haciendo mondongo, gente bañándose en ropa interior, aprendices de surfistas, artesanos argentinos, rastafaris criollos, vendedores de potajes que brindan vigor sexual y mucho, pero mucho alcohol. La orilla de la playa era una especie de pasarela por donde hombres y mujeres, con su respectivo vaso de los Leones del Caracas en mano (o cualquier otro equipo nacional) pasaban luciendo sus cuerpos repotenciados.
Los recién llegados comenzaron a invadir nuestro espacio y a instalar carpas demasiado cerca, el agobio nos impulsó a irnos pero ya era demasiado tarde para agarrar carretera, así que decidimos relajarnos y pasar una noche más.
Esa madrugada nos refugiamos en la carpa mientras distintas jaurías humanas se dedicaban a restregarse entre si al ritmo del reggaetón, los más hippies prendieron fogatas para fumar marihuana en grupo, por otro lado algunos ladrones espontáneos o de profesión, comenzaron a robar todo lo que vieran “mal parado”. No faltaron las camionetas con bajos de discoteca tratando de recrear un “rave” tropical, que soportamos junto a gritos inentendibles.
Como a las 3am una camioneta Toyota último modelo se estacionó rozando nuestra carpa e iluminándonos con sus faros. De ella bajó una familia que a gritos armó su campamento mientras nosotros mirábamos la lona roja que nos cubría. Yo quería salir a quejarme pero vimos que estaban borrachos y armados, así que el miedo nos enmudeció. Una hora después el dueño del vehículo y sus familiares se acostaron a dormir, menos un primo alborotado que se fue a continuar la rumba entre los despiertos. Dicho personaje regresó un rato después para hacerse un “refill” pero la camioneta estaba cerrada y el dueño tenía las llaves dentro de su carpa. Comenzaron los gritos:
-Nelsooonnn, Nelsooonnnn. Nelson marico ábreme la camioneta. Nelson necesito el CocoAnís por favor, te juro que no te voy a robar la camioneta, ábrela un momento Nelsooonnnn.
Nelson no abría, no salía, ni siquiera se dignaba a abrir con el control desde su carpa para que el borracho pudiera acceder a la cava. Los gritos siguieron.
-Nelsonnnnnnn, marico ábremeeee. Quiero mi CocoAnís. Nelsonnn. Marico no me hagas esto, yo soy tu primo. No te la des del arrecho porque ahora tienes rial. Si yo quisiera una camioneta de ésta me la robo guevón. Ábreme la camioneta, aprieta el botón marico, necesito el CocoAnís!, ¡¡¡Nelsoooonnn!!!.
El borracho oscilaba entre la rabia y el llanto, entre la amenaza y la súplica. Fueron dos horas seguidas de lo mismo, nunca tuvo acceso a la cava. Sólo escuchábamos Nelson, Nelson, Nelson.
Cuando salieron los primeros rayos del sol con actitud de robots comenzamos a recoger nuestras cosas. Nelson seguía durmiendo, su primo había bajado un poco la guardia y se bañaba en el mar en interiores blancos mientras una mujer le sostenía el “chuzo” desde la orilla. Desesperados nos montamos en el carro, el cielo estaba rosado y el mar hermoso, pero el espectáculo era dantesco: gente haciendo sus necesidades en la mitad de la nada, borrachos tirados en el piso, otros vomitando y algunos grupos de sobrevivientes que, con pocas fuerzas, todavía se meneaban frente a sus carros. En ese momento tuve claro que no quería volver y dije para mis adentros “hasta nunca Cuyagua”.
Ya en casa, esa misma tarde, no podíamos creer lo que veíamos en las noticias, “Mar de leva hizo desaparecer zona de carpas en Cuyagua”,  una ola gigantesca había arrasado más de 200 carpas y las autoridades llevaban a cabo una evacuación de emergencia. Sin saberlo, Nelson y su impertinente primo, además de terminar de espantarnos, nos habían salvado de ser una “cifra roja” entre los temporadistas.
Pero vuelvo y repito,  con pesar en el alma, hasta nunca Cuyagua. 



1 comentario:

  1. ¡Qué tristeza! con lo rico que era Cuyagua!!! Y eso no fue hace mucho :( qué capacidad para destruirlo todo!!!

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