Semana Santa, sin plan, sin dinero, y con ganas de salir, no quedó de otra que ir a acampar, el plan más barato que puedes hacer si tienes un vehículo para transportarte. Playa en Semana Santa en sinónimo de bulla, gentío y desastre, pero pensamos que ir sólo los primeros días, cuando muchos siguen trabajando, no sería tan grave.
Cuyagua
solía ser una playa bonita y gigante, llena de millones de cocoteros. Al llegar
nos dimos cuenta de que sólo quedaba un cuarto de las palmas que allí estaban y
que la humanidad, o inhumanidad venezolana, estaba causando estragos en la
costa. Al instalarnos nos conseguimos algunos amigos de la universidad, gente
que estaba en el mismo plan que nosotros: bañarnos en el mar, dormir y comer
pasta con atún.
Los
primeros dos días la pasamos bien, la gente tranquila, surfeando, jugando
paleta, leyendo, cosas normales que se hacen en la playa, un poco de ruido por
las noches por culpa de uno que otro personaje con complejo de Dj, pero por lo
menos tenían la decencia de colocarse al final de la playa para no molestar
tanto.
El miércoles santo cambió todo, tuvimos una mañana
normal, pero a lo largo de la tarde llegó un desfile de vehículos
como si se estuviera acabando el mundo y nos tuviésemos que ir todos
obligatoriamente para allá. Desde camionetas dotadas con “todos los hierros”
tipo expedición, pasando por carritos que se quedaban pegados en la entrada de
la playa, hasta miles de motorizados que montaron a su familia entera en la
parrillera para ir a acampar. La playa se convirtió en un desfile de
chinchorros, mujeres haciendo mondongo, gente bañándose en ropa interior,
aprendices de surfistas, artesanos argentinos, rastafaris criollos, vendedores
de potajes que brindan vigor sexual y mucho, pero mucho alcohol. La orilla de
la playa era una especie de pasarela por donde hombres y mujeres, con su
respectivo vaso de los Leones del Caracas
en mano (o cualquier otro equipo nacional) pasaban luciendo sus cuerpos
repotenciados.
Los recién llegados comenzaron a invadir nuestro
espacio y a instalar carpas demasiado cerca, el agobio nos impulsó a irnos pero
ya era demasiado tarde para agarrar carretera, así que decidimos relajarnos y
pasar una noche más.
Esa madrugada nos refugiamos en la carpa mientras
distintas jaurías humanas se dedicaban a restregarse entre si al ritmo del
reggaetón, los más hippies prendieron fogatas para fumar marihuana en grupo,
por otro lado algunos ladrones espontáneos o de profesión, comenzaron a robar
todo lo que vieran “mal parado”. No faltaron las camionetas con bajos de
discoteca tratando de recrear un “rave” tropical, que soportamos junto a gritos
inentendibles.
Como a las 3am una camioneta Toyota último modelo se
estacionó rozando nuestra carpa e iluminándonos con sus faros. De ella bajó una
familia que a gritos armó su campamento mientras nosotros mirábamos la lona
roja que nos cubría. Yo quería salir a quejarme pero vimos que estaban
borrachos y armados, así que el miedo nos enmudeció. Una hora después el dueño
del vehículo y sus familiares se acostaron a dormir, menos un primo alborotado
que se fue a continuar la rumba entre los despiertos. Dicho personaje regresó
un rato después para hacerse un “refill” pero la camioneta estaba cerrada y el
dueño tenía las llaves dentro de su carpa. Comenzaron los gritos:
-Nelsooonnn, Nelsooonnnn. Nelson marico ábreme la
camioneta. Nelson necesito el CocoAnís por favor, te juro que no te voy a robar
la camioneta, ábrela un momento Nelsooonnnn.
Nelson no abría, no salía, ni siquiera se dignaba a abrir
con el control desde su carpa para que el borracho pudiera acceder a la cava. Los
gritos siguieron.
-Nelsonnnnnnn, marico ábremeeee. Quiero mi CocoAnís.
Nelsonnn. Marico no me hagas esto, yo soy tu primo. No te la des del arrecho
porque ahora tienes rial. Si yo quisiera una camioneta de ésta me la robo
guevón. Ábreme la camioneta, aprieta el botón marico, necesito el CocoAnís!, ¡¡¡Nelsoooonnn!!!.
El borracho oscilaba entre la rabia y el llanto, entre
la amenaza y la súplica. Fueron dos horas seguidas de lo mismo, nunca tuvo
acceso a la cava. Sólo escuchábamos Nelson, Nelson, Nelson.
Cuando salieron los primeros rayos del sol con actitud
de robots comenzamos a recoger nuestras cosas. Nelson seguía durmiendo, su
primo había bajado un poco la guardia y se bañaba en el mar en interiores
blancos mientras una mujer le sostenía el “chuzo” desde la orilla. Desesperados
nos montamos en el carro, el cielo estaba rosado y el mar hermoso, pero el
espectáculo era dantesco: gente haciendo sus necesidades en la mitad de la
nada, borrachos tirados en el piso, otros vomitando y algunos grupos de sobrevivientes
que, con pocas fuerzas, todavía se meneaban frente a sus carros. En ese momento
tuve claro que no quería volver y dije para mis adentros “hasta nunca Cuyagua”.
Ya en casa, esa misma tarde, no podíamos creer lo que
veíamos en las noticias, “Mar de leva hizo desaparecer zona de carpas en
Cuyagua”, una ola gigantesca había arrasado
más de 200 carpas y las autoridades llevaban a cabo una evacuación de
emergencia. Sin saberlo, Nelson y su impertinente primo, además de terminar de espantarnos,
nos habían salvado de ser una “cifra roja” entre los temporadistas.
Pero vuelvo y repito, con pesar en el alma, hasta nunca Cuyagua.
¡Qué tristeza! con lo rico que era Cuyagua!!! Y eso no fue hace mucho :( qué capacidad para destruirlo todo!!!
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